Libro de Lamentaciones


I.- Sobre el título del libro y su ubicación en los textos sagrados

El título del libro proviene de la Septuaginta, conocida como la versión de los setenta o LXX y que corresponde a la traducción de la biblia judía desde su idioma original, el hebreo, al griego, un idioma muy común en su tiempo
en toda Europa y partes de Asia. En dicha versión recibe el nombre de Zrénoi ("cantos fúnebres", "lamentaciones", "endechas"). Por otro lado, en la versión original de la biblia hebrea, recibió originalmente el nombre de Ekah, para que luego la cultura rabínica lo llamara "Qinot", que significa, al igual que en el griego, "llantos", "lamentaciones", "cantos de duelo por un muerto"; y que es el nombre que se usa para todo poema escrito con motivo de un hecho trágico o catástrofe nacional. Posteriormente recibió el nombre de Eijah ("¡Qué...!), conforme a la tradición de nombrar los libros con el vocablo inicial de cada uno de ellos. En cuanto a su ubicación en la Biblia, esta depende del tipo de recopilación que sea. Por ejemplo, en el caso de la biblia hebrea, el libro de las Lamentaciones se halla entre los "Ketuvim" o los escritos sapienciales, junto con libros como Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los Cantares, Rut, Eclesiastés, entre otros. Por otro lado, en la Biblia Cristiana, se le ubica en la serie de libros proféticos; en las biblias protestantes se le ubica entre Jeremías y Ezequiel, y en las versiones católicas y ortodoxas, se le ubica entre Jeremías y Baruc.

III.- Contexto histórico
y data del texto

El contexto histórico del libro de las Lamentaciones corresponde a los días finales del reino de Judá, y en particular a los de la destrucción de Jerusalén y las desgracias que la acompañaron, tanto antes como después del sitio final de la ciudad.

Después de la muerte del buen rey Josías, la situación política, social y religiosa se deterioró rápidamente durante los reinados sucesivos de Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías.

Los habitantes de Jerusalén sufrieron las penalidades más intensas durante el sitio final de la ciudad,realizado por Nabucodonosor, rey de Babilonia, desde el año 588 a 586 a. de C. (2 Reyes 5:1-21). Prácticamente toda la población de Judá fue barrida por las olas sucesivas de la conquista y el cautiverio babilónico. Sólo los más pobres de la tierra fueron dejados, esparcidos por todas las ciudades y el campo semidespoblados. Por eso no hay que maravillarse porque el libro de las Lamentaciones anuncie en tonos tristes dolor y desesperación.

IV.- Sobre las características de la obra


a) Género al que pertenece
El Libro de las
Lamentaciones corresponde a una poesía lírica, específicamente una elegía, es decir, un tipo de poema de lamento.

b) Modo de escritura

Se emplea el metro ginah o elegiaco, caracterizado por el uso de versos divididos en dos esticos, el segundo más breve. Este metro fue utilizado en la elaboración de algunos de los textos poéticos mas antiguos de la Biblia, como el canto de Debora (Id 5,2 ss.) y la elegía de David sobre Saúl y Jonatán (2 Sam 1,19 ss.). Por otra parte, las cuatro primeras Lamentaciones siguen el sistema acróstico, según las letras del alfabeto (alefato) hebreo. El quinto cántico no es acróstico, pero tiene 22 versos, como el número de letras del alefato. El estilo literario es confidencial: Dios es interpelado e invocado en íntimo coloquio por el poeta afligido y la comunidad dolorida, con gran viveza y dramatismo, sin que falten desahogos radicales e imprecaciones contra los causantes de la catástrofe.

c) Tema que trata

Un poeta anónimo ante la tragedia de la destrucción de la ciudad Santa después de la conquista por los babilonios (586 a. C.) entona una serie de elegías buscando la razón de tamaña desgracia nacional. Todo ha ocurrido por las infidelidades del pueblo de Judá a la Ley divina. Pero pasada la hora de la prueba, llegará la de la restauración; por eso se entreveran constantemente efusiones elegiacas, expresiones de penitencia, y súplicas a la misericordia de Jehová para la pronta rehabilitación del pueblo elegido. En un estilo límpido, vivaz, entrecortado y agónico se suceden los desahogos sentimentales, las imprecaciones contra los invasores y las reflexiones teológicas.
El conjunto literario actual está formado por cinco cánticos conforme al esquema siguiente: a. Dolor por la desolac
ión de la ciudad destruida (1,1-22). b. Dios es el autor de la catástrofe para castigar las infidelidades de su pueblo (2,1-22). c. Se describen las tribulaciones de los justos (3,1-66). d. Situación trágica de las diversas categorías sociales (4,1-22). e. Descripción patética de la toma de la ciudad; súplica de misericordia para una pronta restauración (5,1-22).

d) Estructura del Libro

1:1 Tristeza de Sion cautiva

JUICIOS DE DIOS

2:1 La tristeza viene de Jehová

3:1 Esperanza por misericordia de Dios

4:1 Castigo consumado

5:1 Oración pueblo afligido

RESPUESTA DEL PUEBLO

V.- Sobre los personajes

La tradición judeo - cristiana señala a Jeremías como el autor de las Lamentaciones sobre Jerusalén, Sion, la ciudad Santa; cuando fue invadida por Babilonia, pero ¿Quién era en realidad Jeremías?.

Podríamos decir de Jeremías que fue un Profeta que estimuló la reforma religiosa bajo el mandato del rey Josías. Aconsejó a los judíos de Jerusalén antes del exilio y parte de la cautividad y escribió el libro que lleva su nombre. Jeremías es tal vez el profeta más pintoresco del Antiguo Testamento. Mezclados en sus mensajes proféticos hay frecuentes vislumbres del interior de su alma que ofrecen un cuadro vívido de sus sentimientos y experiencias como profeta llamado a dar un mensaje impopular en un momento de crisis nacional.

La historia del reino
del sur, Judá (desde la cautividad de las 10 tribus un siglo antes), fue de creciente apostasía nacional. En tiempos de Jeremías se hizo evidente que Dios, si quería cumplir su propósito para Israel, tenía que tomar medidas drásticas. Canaán era de ellos sólo por virtud de la relación de pacto con Dios, pero con sus persistentes violaciones de las provisiones de esa alianza habían rechazado su derecho sobre la tierra. La cautividad era inevitable, no como castigo retributivo sino como disciplina curativa, y le tocó a Jeremías explicar las razones del cautiverio y animarlos a cooperar con el plan de Dios en esa experiencia. Una y otra vez, mediante Jeremías, Dios rogó a su pueblo que se sometiera al rey de Babilonia y estuviera dispuesto a aprender la lección que esta amarga experiencia debía enseñarles. La 1ª cautividad ocurrió en el 605 a.C., pero, como rehusaron cooperar, una 2ª cautividad sucedió en el 597 a.C., y una 3ª en el 586 a.C., la que fue acompañada por una total desolación de la ciudad y del templo. Ezequiel fue llamado a un papel similar en favor de los exiliados en Babilonia, y, más o menos al mismo tiempo, Dios colocó a Daniel en la corte de Nabucodonosor con el propósito de atemperar la natural dureza y severidad de los babilonios hacia los judíos. Los mensajes de Jeremías, Ezequiel y Daniel estaban destinados a aclarar la naturaleza y el propósito del cautiverio y apresurar el retorno de los exiliados a su patria. Jeremías era hijo de Hilcías, un, sacerdote de Anatot* (Jer. 1:1). Fue llamado al oficio profético mientras todavía era joven (vs 6, 7). Al principio, vaciló en aceptar el llamamiento, pero Dios le aseguró que aunque encontraría oposición violenta también podía esperar ayuda divina en la realización de su misión (vs 8, 17-19). Jeremías, tierno y suave por naturaleza, padeció mucha angustia personal por el conflicto entre sus sentimientos y los severos mensajes de reprensión y advertencia que debía llevar. Al prever la triste suerte que esperaba a su amado pueblo, exclamó: "Me duelen la fibras de mi corazón" (4:19). La cautividad era inevitable (vs 27, 28), pero Dios con soló a Jeremías con la promesa de que no constituiría el fin de "todo" para su pueblo elegido (4:27; 5:10). Para impresionarlo con la desesperada degeneración moral y espiritual, Dios lo envió en excursión por las calles de Jerusalén en busca de un hombre que sinceramente buscara conocer y hacer la voluntad de Dios (5:1). Sin éxito, Jeremías volvió esperanzadamente a los dirigentes, pero encontró que ni uno de ellos guiaba a la nación por los caminos de justicia (vs 3-5). Percibiendo mejor ahora la completa apostasía de su pueblo, Jeremías recibió instrucciones de ponerse "a la puerta de la casa de Jehová" para advertirles de la suerte que les esperaba si no se arrepentían. Ese sermón, comúnmente llamado 613 "El discurso del templo", está registrado en los cps 7-10. La gravedad del mensaje es evidente por la advertencia de Dios a Jeremías: "No ores por este pueblo... porque no te oiré" (7:16). Lamentándose por su solemne implicación, exclamó: "¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas para que llore día y noche... [sobre] mi pueblo!" (9:1). "¡Ay de mí, por mi quebrantamiento! mi llaga es muy dolorosa -clamó ante el Señor, pero reconciliándose con el pensanmiento añadió-: Pero dije: Ciertamente enfermedad mía es esta, y debo sufrirla" (10:19). Sin embargo, reconociendo la justicia divina en los juicios predichos, el profeta pidió misericordia (vs 23-25). Luego el Señor envió a Jeremías a las ciudades de Judá y a las calles de Jerusalén con el mensaje: "Oíd las palabras de este pacto, y ponedlas por obra"; pero, a pesar de su fervor, la gente no le prestó atención (11:6-8). En realidad, sus propios familiares, los sacerdotes de Anatot, completaron para silenciarlo con la muerte. Cuando el Señor le reveló el complot, el profeta pidió al Señor justicia y venganza; ¿acaso no había él hablado sólo las palabras que Dios le había dado? (vs 9-23). Al ver en la conspiración contra su vida un reflejo de la naturaleza de la inquina de Judá contra Dios, el profeta preguntó al Señor: "¿Por qué es prosperado el camino de los impíos?" (12:1). Dios le contestó preguntándole a su vez qué haría cuando toda la nación se levantara contra él, si el primer momento de oposición lo había cansado (v 5; cf 1:19). Así como el afecto de los parientes de Jeremías se había alejado de él hasta el punto de estar dispuestos a matarlo, del mismo modo el de Israel se había apartado de Dios (12:6-11). Por 2ª vez exclamó: "Llorará mi alma... y llorando amargamente se desharán mis ojos en lágrimas, por que el rebaño de Jehová fue hecho cautivo" (13:17). Por 3ª vez (cf 7:16; 11:14) Dios le dijo: "No ruegues por este pueblo para bien" (14:11), y el profeta se lamentó: "Derramen mis ojos lágrimas noche y día, y no cesen" (v 17). Jeremías llegó a la conclusión de que tal vez Dios había "desechado enteramente a Judá" (v 19). Entonces, como Moisés en la antigüedad (Ex. 32:31, 32), confesó el pecado de su pueblo y clamó al Señor que no rompiera su pacto con ellos (Jer. 14:20-22). Pero Dios contestó que sería inútil, aunque Moisés orara por ellos: la cautividad era inevitable (15:1). Y dijo: "Destruiré" a mi pueblo, porque "no se volvieron de sus caminos" (vs 6, 7). Lamentando los vituperios que él había sufrido, Jeremías se quejó otra vez al Señor: "Vengame de mis enemigos... por amor a ti sufro afrenta... ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación?" (vs 15-18). Una vez más Dios le aseguró al profeta la protección y liberación divinas (vs 20, 21). Jeremías no debía tomar esposa (16:2) ni criar una familia, porque, en vista de la cautividad, morirían "de dolorosas enfermedades" (vs 3, 4). El profeta luego fue enviado a llevar un solemne mensaje de advertencia a la puerta de Jerusalén, basado en una visita simbólica a la casa del alfarero. Al darlo, la conspiración contra su vida se profundizó, y clamó una vez más (cf 17:18) al Señor por cansa de sus enemigos (18:18-23). Por ese tiempo, Pasur, el gobernador del templo, lo puso en el cepo junto a la puerta de Benjamín, al lado del templo, y lo dejó allí toda una noche (20:1-3). El profeta se quejo al Señor: "Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mi", y decidió renunciar a su oficio profético (vs 7-9). Pero Dios no lo liberaría (v 9). En consecuencia, el profeta maldijo el día de su nacimiento y lamentó el papel que se le había asignado (vs 14-18). Cargando el yugo profético una vez más, Jeremías reflejó mayor madurez. Ya no lloró ni se quejó por su suerte, sino que llevó un mensaje directo y valeroso, sin vacilaciones ni lamentos. Enviado primero al "atrio de la casa de Jehová", anunció la cautividad de 70 años y la total desolación de la ciudad de Jerusalén y del templo (26:2). Inmediatamente después de este discurso los sacerdotes y profetas arrestaron a Jeremías y lo amenazaron con matarlo (v 8), y sin duda lo hubieran hecho si no hubieran salido en su defensa los príncipes de Judá (vs 10-16). La madurez de espíritu en ese momento es evidente por su serena respuesta a quienes se proponían quitarle la vida: "En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca" (v 14). Como se le prohibiera enseñar en los atrios del templo, Jeremías dictó sus mensajes a su ayudante, Baruc, que los escribió en un rollo y los leyó en el templo en cierto día de ayuno (36:1-6). La noticia de lo que estaba ocurriendo llegó a los príncipes, quienes requisaron el rollo y lo llevaron ante el rey Joacim, que a su vez lo quemó (vs 11-26). Luego el profeta escribió de nuevo lo que había en el rollo y le agregó más material de advertencia: el trono de Judá se extinguiría y Joacim moriría de muerte violenta (vs 27-32). Jeremías más tarde apareció ante el rey Joaquín con un severo mensaje advirtiéndole que Nabucodonosor lo 614 llevaría en cautiverio y que moriría en el exilio (22:24-30). Temprano en el reinado de Sedequías, el profeta aconsejó al rey: "Servid al rey de Babilonia y vivid; ¿por qué ha de ser desolada esta ciudad?" (Jer. 27:12,17). A esta política se opuso un grupo de falsos profetas, pero la muerte de su líder, Hananías, dentro del tiempo profetizado por Jeremías, fue un testimonio en favor de la misión y del mensaje de Jeremías (28:9, 16, 17). Más o menos en esta época también escribió a los exiliados en Babilonia aconsejándoles que se establecieran, porque el cautiverio sería largo (cp 29). Los dirigentes judíos en Babilonia contestaron a Jerusalén pidiendo que aprisionaran a Jeremías, porque era un profeta falso (vs 24-27). Pronto después de esto, Nabucodonosor invadió otra vez Judá y puso sitio a Jerusalén. Jeremías, que "estaba preso en el patio de la cárcel" (32:1-3), aparentemente fue liberado cuando el sitio fue levantado temporariamente porque Nabucodonosor se aprestó a pelear contra el ejército egipcio que había venido para ayudar a Sedequías (37:11,12). El profeta se dispuso a ir a su casa en Benjamin para inspeccionar una parcela de tierra que había comprado recientemente, pero fue tomado preso al salir de Jerusalén y se le acusó de pasarse a los caldeos (vs 11-15). En este momento, Sedequías pidió consejo secretamente acerca de qué política debía tomar (vs 16-21). El profeta le aconsejó que se rindiera a los caldeos, pero los príncipes y los comandantes del ejército pidieron la muerte de Jeremías (38:1-4); éste fue alojado en una cisterna vacía, cuyo piso estaba cubierto de barro blando en el que se hundió (vs 5, 6). Su vida fue salvada cuando Ebed-melec, un eunuco etíope, intercedió por él ante Sedequías y recibió permiso para sacarlo de la mazmorra y dejarlo en el patio de la cárcel (vs 7-13). Allí permaneció el profeta hasta la caída de Jerusalén (v 28). Cuando la ciudad se rindió, Jeremías gozó de la protección personal del rey Nabucodonosor, aparentemente por causa de la política del profeta pidiendo a los judíos que se entregaran a los caldeos, informe que éstos llegaron a conocer (cps 39 y 40). Cuando se le permitió escoger entre ir a Babilonia o quedarse en Judá, Jeremías se relacionó con Gedalías, a quien Nabucodonosor había designado como gobernador (40:1-16). Cuando un grupo de fanáticos mató a Gedalías, el pueblo que quedó, temiendo a los caldeos, huyó a Egipto, obligando a Jeremías a ir con ellos (41:17-43:13). En Egipto continuó sus esfuerzos por hacer volver el corazón de la gente hacia Dios, pero sin éxito (cp 44; no se sabe cuánto tiempo duró su ministerio en Egipto). De acuerdo con la tradición, Jeremías fue apedreado por sus conciudadanos en Dafne.

VI.- Resumen

La primera lamentación es una conmovida representación poética de la desolación de la ciudad de Dios, Jerusalén, bajo el ritmo de un estribillo que se repite cinco veces. "Nadie hay que la consuele" (v. 2:9,16,17,21). La impresión global es monocorde, es decir, reiterativa; nos da la impresión de estar oyendo una lamentación oriental uniforme. Pero si se observa el texto en profundidad, es posible advertir un desarrollo psicológico y dramático. Al principio el protagonista es el propio poeta, que habla de Jerusalén en tercera persona (v. 1-11), meditando desde fuera en su trágico destino y las causas por las cuales sucedió aquel gran desastre. En la segunda parte, por el contrario, es la ciudad misma de Sión, personificada, la que eleva su lamento y lo expresa de manera muy intensa, de los que surge, además, la figura del Señor juez (v. 12-22).

Si queremos segu
ir el poema de forma más directa, nos damos cuenta de que la escena se abre sobre Sión, representada como una viuda inconsolable que evoca las alegrías y el esplendor de su pasado. En literatura cristiana, se relaciona a la "esposa" con el pueblo de Dios y al "amado u esposo" con Dios, de este modo, el referirse a la ciudad de Jerusalén como una viuda, viene a significar que Dios la abandonó por todos sus pecados, y la nominación de ciertos "amantes" (v. 2) denuncia de una manera metafórica el pecado de idolatría que había cometido el pueblo de Israel en contra de su Dios. Ahora, la idolatría en que habían caído consistía en adherirse a los cultos de fertilidad, es decir, en adorar a la tierra por los frutos que les entregaba. En este punto se enfoca la cámara sobre Jerusalén desde diversos ángulos, revelando todos ellos cuadros angustiosos. Por un lado, el judío errante bajo cielos y entre naciones desconocidas (v. 3); por otro, las calles de Sión vacías y sin la animación de voces y de cantos (v. 4); más allá aparecen triunfantes los enemigos, que ponen en fila a los deportados, los "niños" de la viuda Jerusalén (v. 5), o se dedican a saquear y a violar el templo. Por otra parte, la antigua clase dirigente, que huye acosada como en una escena de caza, mientras que en los cúmulos de ruinas los pobres rebuscan desesperadamente un mendrugo de pan (v. 6:10-11). De toda esta masa de ruinas y de miserias se eleva una voz: es la misma Jerusalén, desnuda e impura, que llora su desgracia.

Viene entonces la segunda parte del lamento. Sión, personificada, describe el "día del Señor", el "dies irae", en que Dios se apareció como juez. No son los babilonios los que incendian y matan, sino el Señor mismo que condena el pecado idolátrico de Judá; él es "Justo, yo contra Su palabra me rebelé" (v. 18). El Señor es como un vendimiador que pisa la uva, haciendo salir de ella el mosto rojo como la sangre, en otras palabras, el Señor es quien nos ha cribado. El último y definitivo remedio es entonces la confesión penitencial. Encontrando de nuevo el coraje de la conversión, Israel volverá a ver brillar un nuevo "día del Señor", que será solamente salvación y liberación (v. 22). Esta primera lamentación, como está claro, concentra en sí todos los temas teológicos que sustancialmente imperarán también en las demás.

La segunda lamentación se desarrolla en torno al amargo descubrimiento del Señor como enemigo de su pueblo. Es el mismo Jehová el que ha destruido a Sión (v. 1-9). ¿Por qué y cómo lo ha hecho? A este interrogante responden los versículos 10-17 con una explicación general (v. 10-12) y otra dirigida expresamente a Sión (v. 13-16). Sí, "Jehová ha hecho lo que tenía determinado; Ha cum
plido su palabra, la cual él había mandado desde tiempo antiguo. Destruyó, y no perdonó; Y ha hecho que el enemigo se alegre sobre ti, Y enalteció el poder de tus adversarios. " (v. 17). La iniquidad de Judá ha sido la causa del juicio divino, y el pueblo babilonio el instrumento de su ira. El poema termina con una súplica dirigida a la misericordia divina (v. 18-22).

La tercera lamentación es, por el contrario, personal y no nacional, y se parece a muchos salmos recogidos en el Salterio como súplicas individuales. Es la composición más autónoma del libro de las Lamentaciones y recoge una llamada a la fe, a la esperanza, a la penitencia y a la conversión (v. 1-41), que al final se transforma progresivamente en oración comunitaria, expresada a través de la voz de un solista, que invoca la intervención liberadora del Señor (v. 42-66).

La cuarta lamentación es una elegía nacional dominada por una larga narración poética, hecha por un superviviente, del asedio y de la caída de Jerusalén (v. 1-20): el destino de las diversas clases de ciudadanos, el derrumbamiento de la ciudad, la huida, la captura del rey se describen con la emoción y la
vivacidad de un testigo ocular. Una imprecación contra Edóm, enemigo tradicional de Israel, que se aprovechó lógicamente de la destrucción de Judá (cf Sal 137,7), y una bendición sobre Sión cierran el poema (v. 21-22).

Finalmente, la llamada "Oración de Jeremías", la quinta lamentación. Definido así por la Vulgata, este texto es una súplica comunitaria genérica destinada a una calamidad nacional sin especificar. La parte preponderante de la plegaria está reservada a la evocación de la situación de sufrimiento en que está inmerso el pueblo judío. La causa de una tragedia tan agobiante se describe en el versículo 7 según la teoría de la responsabilidad comunitaria en el pecado: "Nuestros padres pecaron, ya no existen; y nosotros cargamos con sus iniquidades". Pero se perfila un rayo de luz en el horizonte de esta plegaria y, por consiguiente, en todo el libro de las Lamentaciones: "Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; Renueva nuestros días como al principio.Porque nos has desechado; Te has airado contra nosotros en gran manera." (vv. 21-22).

VII.- Comentario personal

Creo que el libro d
e las lamentaciones es un texto notable, en cuanto a la intensidad con que el hablante, sea Jeremías o no, expresa el dolor de su pueblo y el suyo propio, al ver la ciudad Santa, venerada incluso por los pueblos de alrededor, en el suelo por causa de sus rebeliones. Describe de manera óptima las situaciones en que quedó Jerusalén y cómo quedó desolada, tal como lo haría un testigo ocular. Eso, sin mencionar el destacado hecho de que está escrito como un acróstico alfabético, lo cual es uno de los tipos de poesía mas elaborados y complejos del pueblo de Israel. En lo personal, me gustó que el hablante de las elegías expresaba los hechos de una manera metáforica, y luego lo explica literalmente, lo que lo hace del libro un texto entendible para cualquier lector que sabe un poco sobre la historia de Israel.

Otro factor destacable es que el hablante, a pesar de sentir desconsuelo y desesperanza por lo que le aconteció, se encomienda a su Dios, confesando que lo ocurrido es su justo castigo por sus actos, lo que deja ver el sometimiento del pueblo de Israel a Jehová, incluso en el sufrimiento. También destaco el uso de las metáforas, específicamente la que personaliza a Sion como una mujer, puesto que le da un toque estilístico al mensaje y habla de otros problemas sin ser tan explícito.

VIII.- Visión de Mundo


La visión de mundo que nos entrega esta obra de la literatura sapiencial es que Dios es quien controla todo lo que ocurre en la vida de las personas, a pesar de que sea ejecutado por alguien mas. Esto se evidencia en que el hablante durante toda la obra destaca el pecado de Israel como causa de la ruina de Jerusalén. "Pecado cometió Jerusalén, por lo cual ella ha sido removida;
Todos los que la honraban la han menospreciado, porque vieron su vergüenza; Y ella suspira, y se vuelve atrás." (v. 1:8). Ahora, si Jehová los amaba, ¿Por qué iba a destruir su ciudad santa y a los que en ella habitaban?. Porque su Dios, aquel manifestado en todos los otros libros del Tanaj, es descrito como justo: "Jehová es justo; yo contra su palabra me rebelé." (v. 1:18), por lo cual Él no podía dejar pasar impunemente el pecado de Israel, que por cierto, el libro dice que fue mas grande que el pecado de Sodoma. Es por esto, de acuerdo a la visión judía, que Dios utilizó al pueblo babilonio, gobernado por Nabucodonosor, para derribar la gran ciudad Santa, la cual nunca pensó nadie que algún otra gente la invadiría. Para el pueblo hebreo, Babilonia fue el instrumento mediante el cual Dios aplicó su juicio, por lo cual, la respuesta de Israel fue clamar a ese Dios, para que los sacara del exilio al que se vieron sometidos luego del desastre.

Sin embargo, para los hebreos, Jehová no es tan sólo un Dios de juicio, sino de misericordia y amor, lo cual se evidencia en Lamentaciones 3: 22-24 "Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré" y en 2:31:33 "Porque el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres."

En resumen, el libro de Lamentaciones da a entender que todo lo que ocurre en la vida de las personas está en el control y la voluntad de Dios, el cual es descrito en este texto como el gran juez, como el ejecutante de su castigo divino por el pecado cometido (aunque utilice a personas como instrumento de su ira y juicio), pero también como alguien misericordioso, que a pesar de las rebeliones de su pueblo, les conserva la vida, dándoles así la oportunidad de aprender de sus
errores.

Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Libro_de_las_Lamentaciones

http://www.wikicristiano.org/diccionario-biblico/2658/jerem%EDas/

http://www.seminarioabierto.com/sinopsisat25.htm

http://es.wikipedia.org/wiki/Eleg%C3%ADa

http://linajeescogido.tripod.com/AnalisisLibrosSagrados/Lamentaciones/Lamentaciones.htm

http://indubiblia.com/Lamentaciones.htm



Versículos Clave

" (...)¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?(...)"

Job 2:10


"Yo sé que mi redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo"

Job 19:25

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